Libros Con Valores

3.- La edad dorada

La edad dorada de la novela policiaca.

A finales del siglo XIX la novela policiaca se consolida como un auténtico género, dando un salto de calidad con numerosas obras estupendas a las que hicimos referencia en anterior reseña. En esta queremos recorrer la llamada edad dorada, pero no pensamos que esa época maravillosa se hubiera podido dar con el esplendor que se dio, de no haber sido por los inmediatos antecedentes que abrieron el camino del éxito comercial y de crítica.

Sin duda el gran referente en Inglaterra es Arthur Conan Doyle, autor prolífico y de amplia variedad de temas, que crea un verdadero mundo nuevo de la mano de Sherlock Holmes, primero mediante entregas periódicas en The Strand Magazine, con unas ilustraciones maravillosas de Sidney Paget que ayudaron a crear la imagen física que todos tenemos del genial detective, y posteriormente, ya en 1887 con su primera novela, Estudio en escarlata, publicada primero en el Beeton´s Christmas Annual, y al año siguiente ya como novela independiente, y abriendo un mundo que traería un éxito y una relevancia inimaginable.

La repercusión en la novela policiaca de las obras de Doyle es tremenda, y sus novelas y relatos se siguen publicando cada año. Tenemos en el blog una sección específica destinada a Holmes.

Formalmente la edad dorada se considera que abarca las dos décadas enmarcadas entre la primera y segunda guerra mundial, pero a mi juicio es imposible hablar de una edad dorada de este género, y más radicándonos en Inglaterra sin incluir nada menos que al detective más grande de todos los tiempos, Sherlock Holmes, aunque se viniera publicando desde muchos años antes.

Nos encontramos en las clásicas novelas donde prima la deducción, el razonamiento lógico, la educación y los buenos modales, los crímenes en general sin ensañamiento, con la sangre justa, vaya, por entendernos. Existe el veneno, elemento que poco a poco va a ir desapareciendo de las novelas conforme nos adentramos en los americanos o en la novela en general posterior a la guerra mundial. Sin duda la guerra trajo otro mundo nuevo.

Chesterton, un autor con mucho fondo

En 1911 aparece también otro personaje inolvidable, el Padre Brown, de la mano de otro inglés casi victoriano, G. K. Chesterton, uno de los escritores más importantes del siglo XX que dentro de una variada y prolífica obra, dedicó cuatro volúmenes a la novela policiaca a través de este entrañable, agudo,  profundamente humano e insospechado detective. Nada que ver con el resto de detectives o policías, el Padre Brown no sólo resuelve misterios sino que ahonda en la personas de una forma mucho más profunda que el resto de detectives de esas novelas inglesas. Los libros policiacos de Chesterton aportan una especial profundidad, unos valores y sobre todo una esperanza en el ser humano, en la redención del ser humano, incluso de esos delincuentes que trata, que sin duda merecen una lectura obligatoria entre tanta obra memorable que estamos citando.

Chesterton anticipa la ausencia de juzgar a los criminales, sino que busca ante todo entender, y ahí tenemos como ejemplo de una novela con mayúsculas el final de El hombre invisible, donde se produce una conversación final  entre el Padre Brown y el asesino, que no trasciende al lector, de cuyo contenido no se nos informa, dejándonos en la privacidad de lo que podría ser incluso una confesión ante el sacerdote Brown, y del que sólo sabemos que se trató de un coloquio que se prolongó durante horas. Es decir, estamos ante un gran fondo literario y humano, ante una novela que ya recoge lo que luego pretendió crearse como nuevo bajo esa idea sugerente que se llamó finales abiertos.

Chesterton se convirtió al catolicismo ya mayorcito, en 1922, y de un pensador tan agudo y profundo, que además cambia su vida por una conversión a la Fe, determinante en el resto de su vida, era de esperar que trasladara cuestiones de igual calado a sus novelas. En sus novelas, junto a la amenidad del relato detectivesco, en algunas ocasiones tenemos verdaderos tratados del alma humana.

Estamos ya de pleno en la edad dorada de la novela policiaca inglesa. Y una novela que puede hacer la apertura de honor de esas dos décadas doradas sería El último caso de Trent, de E.C. Bentley, publicada en 1913, una de las novelas más reconocidos por sus colegas escritores de la época y más afamadas del primer tercio de siglo. Yo creo que ha envejecido un poco regular, pero no deja de tener el encanto de una obra renovadora (no digo el motivo porque tiene mucho que ver con su final), es también innovadora en la composición y personajes, y dio una nueva visión al género.

Lejos de lo que se pueda pensar, el género sedujo no sólo a un círculo propio detectivesco, sino que sus autores provenían de distintos ámbitos e intereses, así, muchos de ellos autores eran auténticos intelectuales, como el propio Chesterton o Michael Innes, don de Oxford, personas de prestigio social como Cyril Hare que fue un reconocido juez, o de otros ámbitos culturales como Edmund Crispin compositor y reconocido crítico musical.

La gran dama del crimen

Y por supuesto la gran dama del crimen, de la novela inglesa y de la novela de misterio todos los tiempos, Agatha Christie. Miles de libros se han escrito intentando desentrañar el misterio de su éxito, las claves, no sé si alguno habrá dado en el clavo, lo cierto es que sus libros se siguen editando y vendiendo, sin ayudas de grandes editoriales ni promociones. Cuando escribo esto acaban de estrenar una obra suya en un importante teatro de Valencia. La importancia que ha tenido en la historia de la literatura policiaca es innecesaria siquiera referirla. Sus dos detectives han pasado a la historia como nombres propios, Poirot y Miss Marple, publicados millones de ejemplares, llevados al cine y series cientos de veces.

Los autores franceses

Se ha realzado siempre la importancia de la novela inglesa de esos años, haciéndola coincidir con la edad dorada a la que nos referimos, pero también Europa, y especialmente, Francia aportó mucho a esta literatura. A Emile Gaboriau se le considera el padre de la novela policiaca francesa, aún en el siglo XIX, si bien es aún un típico representante de la llamada novela folletinesca, es decir la novela que, en vez de editarse en un libro, se publicaba periódicamente por episodios en los diarios de París, modalidad que se utilizó muchísimo, incluso por Doyle y muchos consagrados, hasta ya entrado el siglo XX.

De algún modo la literatura seria se editaba en buenos volúmenes bien encuadernados, quedando esta literatura menor todavía en los folletines y periódicos, aunque luego si obtenían cierto éxito se compilaran y se publicaran como libros.

Dentro de los autores franceses destacó igualmente Gaston Leroux, un periodista que acabó dedicándose a su gran pasión, la literatura. En 1907 publicó su primera novela, El misterio del cuarto amarillo, un libro que hoy en día puede leerse perfectamente, y que obtuvo un éxito determinante. Pese a ello, muchas de sus obras se publicaron como novelas por entregas en los diarios de la época, tal y como indicábamos antes.

Francia, que había creado ya personajes muy particulares como Vidocq, creó un cierto subgénero policiaco, esta vez poniendo el acento en el ladrón. Así, Maurice Leblanc en 1904 inició una serie de libros que tenían como protagonista a Arsenio Lupin, con un gran éxito, llegando a publicar hasta veinte relatos y libros. Uno de ellos parece revivir la rivalidad literaria que aquí indicamos, «Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes» que leí no hace mucho, y que lejos de ser sólo apto para frikis, como yo pensaba, tiene una primera parte estupenda.

Lupin es otro personaje que ha seguido vivo durante años, y de hecho en 2021 sacó una serie inspirada en el personaje que ha tenido gran éxito y nuevas temporadas. “El tapón de cristal” y “La aguja hueca” son dos novelas muy buenas de la serie.

Como decimos, esta novela contada generalmente desde el punto de vista del ladrón o donde el ladrón es el personaje principal, nació en Francia y tuvo buen arraigo. Otra obra destacable fue la serie de Rocambole, de Pierre Alexis Ponson du Terrail, un «bandido atrevido, elegante y caballeresco».

Pues bien, ya tenemos aquí, en el primer tercio del siglo veinte, asentadas las bases de todo lo que se ha hecho posteriormente.

Un campo sembrado de grandes mujeres y grandes autoras.

Y un detalle importante, mujeres escritoras hubieron muchas, y buenas. Mujeres que no necesitaban nada de los políticos vacuos, ni de imposiciones en listas o cuotas, como ahora. Entre los grandes autores de esta edad de oro inglesa hay tantas mujeres como hombres. O quizá más.

Hemos hablado de Christie, pero también fueron grandes autoras Ngaio Marsh, la inmensa Dorothy Sayers, Daphne Du Maurier que nutrió a Alfred Hitchcock de buenos argumentos, como Rebeca, La posada de Jamaica o Los pájaros.

Dorothy  Sayers no sólo fue una exitosa autora, fue una intelectual y la primera mujer que obtuvo un título universitario, muchas obras suyas se ambientan en Oxford, y rezuma una educación exquisita y afán de saber. «Los secretos de Oxford» es su obra posiblemente más destacada, y su personaje aristócrata también tuvo gran acogimiento. La novela trasciende al mero misterio, además de tener un ambientación envidiable, y supuso de algún modo una reflexión personal y una cierta denuncia velada sobre el papel de la mujer en la sociedad y la educación de la época.

A lo largo del siglo XX, la literatura anglosajona policiaca ha sido ampliamente continuada por parte de las mujeres, y entre los grandes autores europeos una gran mayoría de mujeres son británicas P.D. James, Anne Perry, Ruth Rendell o Donna Leon.

Un género imposible de definir

En 1929 Ronald Knox recogió en el prólogo a una recopilación de las mejores historias de detectives las reglas que debían cumplirse en una novela policiaca, en cuanto a las pistas, forma de descubrirlas, personajes, que de alguna forma es un resumen cierto, un ejercicio sincero de describir y catalogar la novela policiaca, pero si hay algo que caracteriza la literatura es saltarse las reglas y ataduras, y pronto muchas de esas normas que se habían ido más o menos dando en la novela se superaron. También es cierto que los años treinta cierran ya esta edad dorada inglesa, y lo que arrancó tanto en América, como en Europa después de la guerra ya tuvo poco que ver con esas novelas con detectives de noble cuna y exquisita educación.

 

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